Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién me ha tocado mis vestidos? (Marcos 5:30)

La mujer que tocó a Jesús fue salva y recibió poder, las dos cosas. Poder salió de Jesús y entró en ella y este poder le aportó sanidad y vida. Esto es justamente lo que pasa a nosotros en nuestra conversión, somos salvos y recibimos el poder del Espíritu Santo.

            Si un toque puede hacer tanto, ¡imagínate lo que puede lograr el estar en contacto continuo con Jesús! Esto significaría que su poder constantemente estuviera cursando por nuestro ser. ¡Estaríamos conectados con Él perpetuamente! Tendríamos el suministro del Espíritu todo el tiempo. Esto es lo que Jesús tenía en mente cuando habló de la vid y los pámpanos (Juan 15), una conexión continua de manera que su vida y su poder siempre estaban cursando por nosotros. Por eso mandó el Espíritu Santo desde el cielo, para mantenernos en contacto con Él, para darnos poder, y para fluir y actuar por medio de nosotros.

            Hay algunos creyentes que tocan a Jesús de vez en cuando, y esto es maravilloso. Cuentan experiencias, sensaciones, vibraciones, etc., pero lo que realmente necesitamos no son contactos puntuales con Él, sino un poder constante en nuestra vida para llevar a cabo la voluntad de Dios en circunstancias pesadas, no muy emocionantes, ni gloriosas, sino cotidianas, duras y cansinas. Una cosa es volar como el águila, otra es caminar sin fatigarnos (Is. 40:31). Para lo segundo necesitamos la constancia del poder de Dios obrando en nosotros momento tras momento. Siempre asidos a Cristo.