“Y les dirá: Oye, Israel, vosotros os juntáis hoy en batalla contra vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis delante de ellos; porque Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros.” (Deut. 20:3, 4)

Estamos en una guerra espiritual contra enemigos invisibles que planean nuestra ruina con una estrategia y una sabiduría satánicas. ¿Qué métodos emplea el enemigo contra ti y contra tu iglesia? ¿La discordia, la división, el protagonismo egoísta de algunos, la rebeldía e insumisión, la mundanalidad, el materialismo, la preocupación, el abandono, la traición, la autocompasión, el deseo carnal de mandar y destacar, o el más dañino de todos: la falta de confianza en Dios? La falta de fe en Dios es el arma más poderosa del enemigo. Por eso, el escrito de Efesios dice: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Ef. 6: 16). Sin el escudo de la fe en Dios, en sus promesas, en su carácter perfecto y constante, en su amor y bondad, en su poder y gracia, en su victoria sobre el enemigo en la Cruz del Calvario, sin esta fe en Dios, los dardos de fuego del enemigo nos alcanzan e infligen graves heridas en nuestra relación con Dios. La confianza en Dios en medio de lo que nos pasa, y a pesar de ello, es imprescindible si vamos a ganar nuestras batallas.

 

            Es muy importante que no desmaye nuestro corazón. Lo que el enemigo es capaz de hacer es para que se desmaye el corazón de cualquier, menos el de la persona que ha puesto toda su confianza en Dios.

 

            “Y volverán los oficiales a hablar al pueblo, y dirán: ¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, con el corazón suyo” (v. 8).  Diez personas medrosas y pusilánimes que se fijaban en el poder del enemigo y no en el poder y las promesas de Dios eran capaces de desalentar el corazón de todo el pueblo de Dios para que no entrasen en la Tierra Prometida. ¡Cómo cunde el desánimo! ¡Qué contagioso es! Dios prefiere que vayan a sus casas antes de contagiar pesimismo a sus hermanos. ¡Mejor no pelear las batallas del Señor si piensas que vas a perder! Si tú piensas que Dios te va a entregar a la voluntad del enemigo, ¡no le conoces! 

 

            Antes de ir a la Cruz contra todos los poderes del infierno, vestido de frágil carne humana, un ejército de uno contra innumerables huestes del mal, el Señor Jesús dijo: “Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Juan 12:31). No tenía ninguna duda acerca del resultado de la batalla. Toda su fe estaba puesto en las promesas de Dios, en la Palabra de Dios, en los propósitos de Dios y en el amor y poder de Dios. Y tenemos su Espíritu, que es Espíritu de victoria. Esto es lo que tenemos que contagiar a nuestros hermanos.

M. Burt